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En Argentina viven casi 170.000 gallegos, descendientes de inmigrantes que cruzaron el Atlántico en el siglo XX en busca de trabajo y de una nueva vida. Tras las sucesivas crisis económicas de Argentina, miles de ellos volvieron a España, creando una relación muy estrecha entre argentinos y gallegos, a ambos lados del océano.
Uno de los resultados de esta relación es la última película de Oliver Laxe, un director nacido en París de orígenes gallegos. Esta película, premio del jurado de Cannes, se titula “Lo que arde” y fue la primera de las proyecciones de 2019 del Festival internacional de cine de Mar del Plata, que tiene lugar en Argentina.
El filme se rodó en Galicia y cuenta la historia de Amador Arias, un pirómano que vuelve a su casa, en una aldea perdida en los montes gallegos, después de salir de la cárcel. Nadie lo espera. Nadie lo quiere en el pueblo. Todos los habitantes lo juzgan mal, todos salvo su perra Luna, su madre Benedicta, con la que volverá a convivir, y la veterinaria que vive en el pueblo desde hace poco tiempo: ella no lo conoce y lo confunde con un emigrante que acaba de regresar.
De vuelta a su casa, Amador pasa su tiempo con su perra y sus tres vacas y entre ellos se establece un contacto profundo entre hombre y naturaleza que podemos percibir a través de imágenes estupendas.
Sus vidas transcurren tranquilas, hasta que un día un incendio destruye la zona…
Amador Arias, actor no profesional que interpreta el protagonista, y que en su vida tiene el mismo nombre que el personaje, dice que la trama de “Lo que Arde” representa la vida en Galicia: en sus montes, en agosto, cada día se lucha contra los incendios y los pirómanos no pueden vivir allí, deben irse, porque la gente no los quiere.
Este desprecio se refleja muy bien también en la película, que transmite el sentimiento de la gente de Galicia, que también es global. De hecho, los incendios son un problema que se vive en todo el mundo: las llamas que queman los montes gallegos de la película recuerdan también a las llamas que arrasaron millones de hectáreas en el Amazonas, en Australia y en otros muchos lugares del planeta, y no solo en verano.